Pero lo que da una fisonomía más singular a los monumentos renacientes españoles es la decoración de sus fachadas. Éstas no emergen sustancialmente de la entraña misma del monumento. No se justifican por la tectónica del edificio como en Italia. En el renacimiento italiano la decoración sirve para acentuar los elementos estructurales, precisando el vigor y lógica de su función y discriminando con nitidez los distintos elementos de estructura. En España, por el contrario, la fachada se concibe como una entidad, dispuesta en muchos casos con independencia del elemento que decora. Algunas veces, como en la Universidad de Salamanca, se la concibe seccionada, aislada del monumento al que se adelanta, enfática, independizándose de su estructura. Heredando en esto la profusión ornamental del gótico de los Reyes Católicos, nuestro plateresco concibe las fachadas como una totalidad decorativa que cubre el paramento frontal del edificio. Sus temas decorativos se despliegan y repiten como un tapiz, absorbiendo en su arborizada profusión los problemas constructivos que el Renacimiento italiano hace precisamente resaltar.
(Fachada del templo de Acolman. Nada que agregar a la explicación; ésta queda clarísimamente ilustrada en esta foto)
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