En 1533 los siete agustinos fueron enviados a Ocuituco (hoy en el estado de Morelos) para que evangelizaran a los indígenas que allá había. Se les prohibió terminantemente fundar convento en la ciudad de México. Quien dirigía estas maniobras era el arzobispo de México: Fray Juan de Zumárraga, que fue directamente afectado, primero porque él era franciscano y veía recortada su cuota de poder; segundo porque Ocuituco era encomienda de su propiedad y los dineros que ésta le producía, pensaba destinarlos para construir un hospital en la ciudad de México, proyecto arquitectónico y humanístico que sólo los grandes de España podían hacer. Así que el franciscano desterró a los agustinos acusándolos de crueldad con los indios por ponerlos a trabajar en obras arquitectónicas tan suntuosas. Esto no era verdad, Ocuituco siempre fue un convento modesto. Fugitivos en Totolapan (a sólo unos kilómetros) fundan de nuevo un convento (también muy modesto). La orden que no obedecieron es la de irse de la ciudad de México: dos quedan en la ciudad de México, dos en Totolapan y dos en el actual estado de Guerrero, el séptimo regresa a España en busca de más agustinos que quieran venir a México. Poco tiempo después de su expulsión de Ocuituco, los padres agustinos pueden regresar a su construcción inconclusa y reiniciar su labor evangélica. ¿El primer convento agustino (el de Ocuituco) fue una construcción plateresca? No lo sabemos, no lo podremos saber nunca: son tantas las modificaciones que se le han hecho que es difícil reconocer en él algún estilo arquitectónico. Lo más probable es que no haya sido plateresco nunca. Tiene un cierto aspecto medieval románico en su claustro que se lo dan sus pequeñas dimensiones y una fuente con leones sentados en cuclillas, labrados en piedra volcánica.
(León que decora la fuente del claustro del convento de Ocuituco)
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