La variedad de estos grutescos es infinita. Podemos afirmar que jamás el hombre ha sido capaz de un alarde imaginativo tan descomunal como el que supone la creación de este mundo ornamental, abismal y mítico. Causaría verdadera estupefacción la formación de un corpus de estas ornamentaciones platerescas donde veríamos desplegados los caprichos más inauditos. Estas formas en las que predominan los temas de bestiario se modelan y organizan dentro de los más gentiles cánones de la belleza clásica. Predomina en su expresión la preocupación patética. Y este patetismo lo vemos aflorar, sobre todo en el tema de la cabezas, que, colocadas en medallones, constituyen quizá el motivo más persistente de nuestro plateresco. Facies de hombre y de mujer en melancólicos escorzos, en ansiedades de noble desconsuelo. El patetismo de esta decoración y sus efectos plásticos tan refinados eran sentidos con tal afición por los artistas de su tiempo, que don Felipe de Guevara. en sus Comentarios de la pintura, publicados en 1560, dice: «En nuestros tiempos han resucitado este género de pintura las reliquias de las grutas de Roma antigua —se refiere a las del palacio de Tito—, habiéndose en ellas hallado algunos ejemplos, los cuales la novedad ha extrañamente acariciado y acreditado, de suerte que topáis con muchos que tienen por mayor felicidad hacer bien una máscara y un monstruo que una buena figura.» Esta predilección por la talla, tan refinada de estas imaginaciones desenfrenadas y, sin embargo, tan intensamente humanizadas, puede decirse que explican muchas modalidades anticlásicas y expresionistas de nuestra cultura renacentista.
(Detalles de dos figuras grutescas en la iglesia de Yecapixtla. La primera corresponde a las jambas de la puerta lateral y representa a una figura humanoide sentada sobre sus rodillas y abriendo el compás de las piernas, porta un frutero que se prolonga hacia arriba en un tocado floral; el personaje está tocado con taparrabos y las puntas de sus pies se apoyan en un decoado también floral que emergen de unos porta estandartes y quese unen, haciendo equilibrios, en el extremo contrario, dandole a todo el conjunto una sensación de ligereza y malabarismo; el rostro del personaje más que humano es el de un felino; la segunda está adosada al friso de la fachada principal, representa a una especie de dragón [por sus fauces lo aparenta] que se resuelve en su cola como si fuese un tritón; lo monta la imagen de un niño desnudo).
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