Una edificación conventual del siglo xvi poseía varias dependencias. Las principales eran: la iglesia, generalmente de una nave y orientada de este a oeste, tenía un coro alto para los religiosos, baptisterio, confesionarios y presbiterio; el convento, adosado a la parte norte o sur de la iglesia (la inmensa mayoría al sur; uno de los pocos conventos situados al norte de la iglesia es el de Tlayacapan), tenía un portal, cubierto, a la entrada y un claustro central, en torno al cual, se distribuían las habitaciones destinadas a refectorio, cocina, sala capitular, biblioteca, celdas, etcétera, situadas en uno o dos pisos. Otras dependencias accesorias eran las caballerizas, el pajar y la huerta. Algunas veces también se encontraban adosados a la iglesia las construcciones del hospital y la escuela. El atrio, que se extendía frente a la puerta del templo, y que estaba rodeado generalmente de una muralla, tenía una infinidad de funciones: era cementerio, lugar de reunión para la doctrina y sitio para realizar las procesiones, bailes, fiestas o juntas de carácter religioso en las que participaba todo el pueblo. Las capillas abiertas, que tenían varias formas y distribución, eran construcciones o adaptaciones hechas para colocar un altar y decir misa frente al atrio, con lo cual éste se convertía en una inmensa iglesia al aire libre. Las capillas posas, que se encuentran en algunos conventos, estaban en los cuatro extremos del atrio y servían para posar el Santísimo o las imágenes durante las procesiones, o para celebrar en ellas misa. A veces cada barrio tenía a su cargo el cuidado de una de estas capillas y podían servir de enterramiento a caciques y principales.
A principios del siglo xvi la orden agustina tuvo fama de hacer las construcciones más grandes y costosas de Nueva España; después, durante el barroco todas las órdenes compitieron para ver cuál podía construir el conjunto más lujoso. Obispos y virreyes se quejaban de su suntuosidad y de los gastos que provocaban. Los mismos religiosos tenían, como a título de gloria, la gran riqueza y monumentalidad de sus iglesias y conventos.
Una de las razones para esta magnificencia era, sin duda, el impactar a los neoconversos para afianzar el cristianismo por medio de los sentidos; otra, que los mismos indígenas tenían como orgullo local el poseer un suntuoso convento y una gran iglesia; finalmente, también influyó la necesidad de dar cabida a muchos frailes en los conventos.
(Atrio del convento de Epazoyucan, visto desde la ventana de una celda. En primer plano la arquería del portal del convento, cuyo techo ya no existe. En segundo plano el atrio con diversos monogramas religiosos, como el de Jesús; alrededor de éstos la muralla perimetral y al costado izquierdo una de las capillas posas. En tercer plano, al fondo, las áridas tierras y montañas de Hidalgo)
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